Nelson Ramos | Esteban Feune de Colombí | Enero 8, 2016 | Manantiales
sobre Nelson Ramos
En el Río de la Plata, particularmente en Uruguay, se suele creer que la obra sobre papel es obra menor, de importancia secundaria. No pasa lo mismo en el resto de América Latina, menos aun en colecciones europeas o norteamericanas, donde la obra sobre papel llega incluso a ser rasgo caracterizador de una colección. En este caso, el creador decidió ir más allá. No se trata de obra sobre papel. Se trata de obra en papel, siendo este protagonista absoluto en todos los planteos. Papeles de diferentes tipos, artesanales, en tono crudo o en color, de diario, acartonados. Material que, además, decide la sintaxis y la semántica del relato visual conformado.
Papel, entonces. Pero sobre él no se produce la aparición del trazo dejado por un lápiz, de la mancha expandida por un pincel o las consecuencias de un instrumento grabador. El papel despliega sus dotes de seducción desde su identidad. Desde su aspereza, desde su tersura, desde su levedad o desde sus tibias texturas. La mano que lo trabaja, es cuidadosa. Y, en una especie de rendición amorosa, acepta rasgar con delicadeza, corta prolijamente para revelar las acumuladas carnaduras, o recorta definiendo juegos cambiantes dentro de un mismo juego. El relato formal, los acentos expresivos, las tramas compositivas, las líneas que organizan o dividen áreas, nacen desde el papel, desde sus posibilidades implícitas. Acepta, ajeno a tamaños y formatos, el desafío de revelar o esconder, de armonizar juegos de negro sobre blanco, sobre tonos naturales, o la irrupción de los colores encendiendo de manera casi traviesa, la placidez de los papeles. De seguro, gracias a ese recuperado privilegio del hacer manual, las rasgaduras no suenan a heridas, a revelaciones dramáticas. Prefieren parecerse a surcos, al misterio renovado que encierra una grieta de calidades femeninas, a la hendidura primigenia que revela escenarios otros, poéticos y gozosos. El acto de rasgar o cortar no busca ser lacerante, sino un primordial ejercicio de libertad, de honda inspiración lúdica.
Alfredo Torres
ELECTROCARDIOPOEMAS
“El corazón humano es un instrumento de muchas cuerdas; el perfecto conocedor de los hombres las sabe hacer vibrar todas, como un buen músico”.
Charles Dickens
PROYECTO
Una tarde de invierno me hice un electrocardiograma por primera vez. Todo me pareció muy poético, desde las ventosas de un prehistórico pulpo de metal que se adherían a mi piel y cercaban mi corazón, hasta la diminuta máquina que registraba los latidos.
Pensé: sólo médica o científicamente accedemos a un registro impreso de los latidos del bobo, que luego se plasman con jeroglíficos en una tira de papel anaranjado que archivamos o descartamos. Pensé: ¿qué más dirán esos misteriosos tamborileos? Pensé: ¿de qué manera se podría “poetizar” esa costumbre? Se me ocurrió, entonces, la idea de los “electrocardiopoemas”. Así los bauticé al instante, recostado en la camilla.
En mi “electroconsultorio” o a domicilio, con mi guardapolvos y blandiendo un estetoscopio, ausculto al paciente –persona o mascota, de forma individual o en pareja– a medida que escribo, sobre un papel para electrocardiograma, el oscilante poema que me dictan los latidos. Al terminar, leo el resultado en voz alta, enrollo la obra y, después de transcribirla en un cuadernito para mi propio registro, se la entrego al paciente.
Esteban Feune De Colombí
Cuando el sonido llena de voz la lengua, la percusión sistólica diastólica cabalga en el papel pautado con elegante corcoveo emocional: nos ausculta Esteban Feune de Colombí.
Renato Rita SXXI