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Desde que tengo memoria, miro atentamente el cielo. De modo directo y también a través de toda la tecnología disponible. Miro el cielo, particularmente las nebulosas, pero también miro el ojo que lo ve.
Cuando cotejo ambas imágenes observo que nebulosa e iris se parecen mucho. Parece verificarse la desfigurada simetría entre aquí y allá.
La nebulosa, esa materia cósmica difusa y luminosa de contorno impreciso, es polvo de estrellas exánimes. El rastro bellísimo de la muerte de una estrella.
Desde hace tiempo, trabajo con los restos, los vestigios, la parte que queda del todo.
Lo que comienza con aquella observación celeste tiene derivas que me sitúan suavemente ante a la pintura y sus interrogantes sinfín, siempre actualizados. Me propongo una suerte de pintura a ciegas, con la paradoja que conlleva. Un experimento estocástico (*), el lanzamiento de flechas a un blanco encandilado, a un punto ciego de la pintura.
El ojo, como instrumento de precisión, aquí se pierde, inmerso en los cobalto, los prusia y los índigo. La naturaleza de estas presencias es así de borrosa. Es el universo como pregunta, es la pintura, como botín imposible.
La atmósfera azul es la herramienta visual para notificarse del espacio y el tiempo. La expresión pigmentada del misterio de nuestra ubicación celeste, la inmensidad del territorio que no habitamos. Las gradaciones y matices posibles para esa inmersión.
A veces, para pintar la aparición de lo existente es necesario cerrar los ojos y ver, sobre la pantalla-párpado, las manchas de color residuales, los fantasmas de la luz.
Silvia Gurfein
(*) Estocástico (del griego stocazein, disparar una flecha a un blanco, vale decir, dispersar los sucesos de una manera parcialmente aleatoria, de modo que algunos logren un resultado buscado): se dice que una secuencia de sucesos es estocástica si combina un componente aleatorio con un proceso selectivo, de manera tal que sólo le sea dable perdurar a ciertos resultados del componente aleatorio.
Desde que tengo memoria, miro atentamente el cielo. De modo directo y también a través de toda la tecnología disponible. Miro el cielo, particularmente las nebulosas, pero también miro el ojo que lo ve.
Cuando cotejo ambas imágenes observo que nebulosa e iris se parecen mucho. Parece verificarse la desfigurada simetría entre aquí y allá.
La nebulosa, esa materia cósmica difusa y luminosa de contorno impreciso, es polvo de estrellas exánimes. El rastro bellísimo de la muerte de una estrella.
Desde hace tiempo, trabajo con los restos, los vestigios, la parte que queda del todo.
Lo que comienza con aquella observación celeste tiene derivas que me sitúan suavemente ante a la pintura y sus interrogantes sinfín, siempre actualizados. Me propongo una suerte de pintura a ciegas, con la paradoja que conlleva. Un experimento estocástico (*), el lanzamiento de flechas a un blanco encandilado, a un punto ciego de la pintura.
El ojo, como instrumento de precisión, aquí se pierde, inmerso en los cobalto, los prusia y los índigo. La naturaleza de estas presencias es así de borrosa. Es el universo como pregunta, es la pintura, como botín imposible.
La atmósfera azul es la herramienta visual para notificarse del espacio y el tiempo. La expresión pigmentada del misterio de nuestra ubicación celeste, la inmensidad del territorio que no habitamos. Las gradaciones y matices posibles para esa inmersión.
A veces, para pintar la aparición de lo existente es necesario cerrar los ojos y ver, sobre la pantalla-párpado, las manchas de color residuales, los fantasmas de la luz.
Silvia Gurfein
(*) Estocástico (del griego stocazein, disparar una flecha a un blanco, vale decir, dispersar los sucesos de una manera parcialmente aleatoria, de modo que algunos logren un resultado buscado): se dice que una secuencia de sucesos es estocástica si combina un componente aleatorio con un proceso selectivo, de manera tal que sólo le sea dable perdurar a ciertos resultados del componente aleatorio.