KATHERINNE FIEDLER: LO INMENSO Y LO PEQUEÑO
Lo inmenso y lo pequeño
Miguel A. López
Esta exposición individual de Katherinne Fiedler es una declaración profundamente personal e íntima. En los últimos años, la artista se había dedicado a explorar el paisaje y la naturaleza, así como la memoria social y política de la geografía. Usando principalmente el video y la fotografía, sus obras prestaban atención a las formas y texturas de residuos minerales, fósiles, restos de animales, cerámicas, entre otros objetos, con los cuales ponía en escena las dinámicas violentas de intervención y extracción de recursos naturales, los cambios ecológicos y las luchas de poder asociadas al proceso de habitar un territorio. Durante ese proceso, sin embargo, su mirada comenzó a atender la fuerza libidinal que cargaban esos objetos. La exploración de los límites difusos entre naturaleza/cultura dio paso a un reconocimiento de la energía erótica presente en las plumas, el neopreno o en superficies peludas o rugosas. Una pieza clave en ese proceso es Cuerpo, soga náutica (2019), en donde la artista reutiliza una gruesa cuerda usada por muchos años para actividades de extracción marina, la cual tuerce y enrolla hasta contenerla dentro de una caja acrílica transparente. Las manchas sobre la fibra confieren al objeto una dimensión viva, como si fuera una serpiente camuflándose y envolviéndose sobre sí misma para evitar ser descubierta. Las curvaturas del elemento arrastran una sensualidad corporal difícil de explicar, pero que irradia su fuerza como un magneto en el espacio.
Cuatro signos son los más recurrentes en la exposición: conchas marinas, moldes de yeso, serpientes –quietas o en movimiento– y flores. Su distintas formas de aparición a través de fotografías, videos y esculturas sugieren una historia de seducción y de pérdida. La artista entabla un diálogo con la historia de la pintura y, en particular, con el género vanitas, dedicado a construir alegorías sobre la fugacidad de la vida y el placer sensual. Los objetos que retrata despliegan un repertorio simbólico complejo, cargado de referencias autobiográficas asociadas al deseo, la incertidumbre y el duelo. Esto es especialmente evidente en la aparición de las flores cuyo significado en la tradición pictórica de la naturaleza muerta puede remitir a la lealtad, el amor, la nobleza, la devoción y la melancolía. Sin embargo, en las fotografías de Fiedler, las flores aparecen con matices lúgubres, como los restos de un arreglo fúnebre. La artista observa las hojas y tallos de estas especies vegetales como si fueran cuerpos abiertos, cargados de una aflicción que podemos percibir, sin comprenderla del todo. En otra fotografía, la artista remueve la flor del fondo neutro para sostenerla al interior de su propia mano, construyendo una imagen repleta de connotaciones sexualmente afirmativas.
En el video En algún lugar (2021), la concha marina es la protagonista de un encuentro erótico inesperado. La obra documenta la interacción entre una gran caracola de mar y una serpiente que pasea por sus curvas y cavidades. Como si se tratara de un pequeño encuentro amoroso, el zigzagueo del animal adentrándose con curiosidad en el caparazón invoca las múltiples formas de vida que habitaron aquella corteza calcárea creada por un molusco para asegurar su supervivencia en el océano. Esa sensación de resguardo y recogimiento aparece también en el díptico fotográfico Refugio (2022), el cual muestra la apertura de una caracola cobijando lo que parece ser una pequeña cola peluda y el cuerpo enrollado de una serpiente.
Los moldes de yeso –hechos principalmente a partir del cuerpo de la artista– despliegan mapas afectivos de su vida: moldes cóncavos de sus muslos, torso, caderas o piernas que transportan también las huellas del amor y del dolor, del paso del tiempo, de las transformaciones físicas que atraviesa un cuerpo inevitablemente perecedero. La artista busca abrazar lo inmenso desde lo pequeño, como si intentara volver a juntar sus propios pedazos a fin de organizar su cuerpo de otra manera. Hay allí una tensión irresuelta entre el deseo y el duelo que atraviesa toda la exposición. En otras piezas, la posición de esos fragmentos sugieren un desplazamiento entre la épica y la ruina, entre la idealización y la desidealización, como en Relumbre (2022), en donde un busto partido por la mitad es retratado erguido como la continuidad ascendente de una escalera.
La pieza principal del conjunto es Habitar (2022), un video en donde vemos los movimientos de una serpiente al interior de lo que luce como un espacio deshabitado. La cámara persigue al animal sin alcanzarlo del todo: nunca logramos ver su cabeza, tan solo su sinuoso desplazamiento entre agujeros y comisuras de los moldes en yeso que por momentos revelan las huellas de la dermis –los poros, las marcas, las cicatrices de la piel grabada en la superficie mineral. Los cascarones blancos modelados en base a la piel humana están en roce continuo con un reptil que en algún momento de su vida va a dejar atrás su propia piel. Ambas capas –la humana y la animal, la que se ha desprendido y la que se desprenderá– evocan emociones de renovación, cautiverio y muerte. No es casual que la imagen final del video sea un perturbador montículo en donde los fragmentos de cuerpo yacen apilados. “Lo inmenso y lo pequeño” es una indagación personal sobre lo que refulge y se apaga, lo que significa dejar ir y la presencia de un deseo sexual que no se contiene en los confines del cuerpo.
Lima, mayo de 2022